sábado, 4 de enero de 2014

Mujeres excitadas

Junto con los parados, los extranjeros o los homosexuales, las mujeres somos uno de los grupos más ampliamente estigmatizados todavía en algunos sectores de nuestra sociedad. Así lo demuestra por ejemplo la nueva legislación en materia del aborto, que no solo parece querer castigar bíblicamente a la mujer por gozar de una vida sexual activa y saludable sino que directamente la desvincula de su propio cuerpo, arrebatándoselo para el estado.

En materia sexual, la mujer siempre ha sido (y aún es, como queda demostrado con la susodicha ley) una menor de edad mental. Mentalmente disminuida y con un cuerpo perteneciente al marido, el amante, el padre, la madre, la familia, el gobierno, la sociedad y el honor. La vida sexual femenina sigue siendo un tabú mayor que la masculina en todos los sectores de nuestra sociedad, lo que me ha llevado a acordarme de casos como el de la concejala socialista Olvido Hormigos, que renunció a su cargo tras hacerse público un video en el que mantenía relaciones sexuales, y de otros más tristes y trágicos, más injustos y desesperanzadores, en que los mismos hechos u otros parecidos se llevaron por delante las vidas de niñas confundidas y asustadas. Niñas con nombres y apellidos: Rehtaeh Parsons (17, Nueva Escocia), Amanda Michelle Todd (16, Canadá), Audrie Pott (15, California)...

Qué indignación. Pero el propio lenguaje nos delata. Nos delata a nosotros, a lo que pensamos, a nuestros prejuicios. Porque las fotos no se hacen públicas. No se publican a sí mismas un buen día. Y yo propongo contar estas historia como realmente son: esas mujeres, satisfechas, asombradas, embelesadas con sus cuerpos y su vida sexual deciden en un momento inmortalizarla, animadas o no por otra persona, lo que en realidad es lo menos importante. Del mismo modo, deciden compartir la grabación con alguien en quien confían (o quizás algunas no, tampoco esto debería ser tan relevante) y es esta persona, o alguien de su entorno, quien hace la foto pública. Son otras personas las que critican y juzgan, de la forma más atolondrada y mezquina, retratándose a sí mismas pero hiriendo gravemente en el camino a quien no tiene los recursos necesarios para defenderse. Así es la realidad de las cosas. Entonces, una persona hace pública la foto, un medio la acepta, un público la mira, opina, la difunde... Pero la culpable es la mujer. Por estar satisfecha de su cuerpo, por tener tetas y coño, por gozar de su vida sexual y confiar en los demás como una disminuida psíquica. Ya se lo advertimos.

Ninguna foto debería valer la vida de una persona. Pero una teta no es un crimen, un coño no es un crimen, una mujer sexualmente excitada no es un crimen. Ha llegado el momento de ver este discurso institucionalizado de violencia contra la mujer como lo que realmente es: una treta de búsqueda subrepticia de poder político y económico que ha generado durante siglos y genera desinformación, odio, sufrimiento y muerte. Esas personas que cubiertas de solemnidad insinúan que las mujeres liberadas son zorras, son putas, pedazos de carne sin honor; son subnormales o malas personas. A la próxima mujer cuya fotografía publiquen en un medio sin su consentimiento (porque va a pasar, porque así es el ser humano), la invito a no sentirse humillada. A no agachar la cabeza. A descriminalizar el cuerpo y el deseo sexual de las mujeres. A pasárselo por el coño. A no abdicar. A protestar, a contestar, a defenderse. Y queridas, para hacer esto, por mucho que a algunos les ofenda, debemos, por supuesto, conservar la templanza, la dignidad y la vida.



REDONDILLAS

Hombres necios que acusáis
a la mujer, sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis;

si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego, con gravedad,
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis, con presunción necia,
hallar a la que buscáis
para prentendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión, ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que, con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues como ha de estar templada
la que vuestro amor pretende?,
¿si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?

Mas, entre el enfado y la pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y quejaos en hora buena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada,
o el que ruega de caído?

¿O cuál es de más culpar,
aunque cualquiera mal haga;
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues, para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar,
y después, con más razón,
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

Sor Juana Inés de la Cruz

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